Hace apenas unas décadas la disciplina se entendía como requisito imprescindible para garantizar el aprendizaje, era importante en sí misma y las normas y el control eran los medios para conseguirla. Poco a poco, esta concepción ha ido variando hacia premisas donde la disciplina se ha dejado de considerar el objetivo final, para ser uno de los medios que permite lograr la socialización y la formación integral del individuo. Autores como Ausubel (1961) marcaron las pautas de una nueva forma de entender la disciplina como convivencia acorde con el tipo de sociedad democrática actual. En este sentido ha dejado de considerarse un problema individual convirtiéndose en social, ya que el comportamiento de cualquier persona repercute en el funcionamiento del grupo al que pertenece (Luca de Tena y Rodríguez, 1999).
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