El cristianismo de los tiempos apostólicos y etapas inmediatas dejó sin resolver el problema de si la riqueza y la praxis cristiana era conciliables o no lo eran. Hay que remitirse a los mismos textos evangélicos para comprender el porqué de esta irresolución. En los distintos pasajes de los evangelios, no se da tanto un rechazo sistemático de la propiedad, cuanto de la riqueza individualizada en oposición a la pobreza. Así en Me 10, 23 ( = Le 18, 24) leemos: «qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios», aunque se matiza a continuación (Me 10, 24) «qué difícil (a los que confían en las riquezas) es entrar en el reino de Dios».
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