La ilustración de temas históricos y arqueológicos implica la obligación de su legibilidad. Estamos ante una imagen que debe en principio comunicar un saber y no ante una imagen de expresión artística: la precisión y la fidelidad al objeto representado son preponderantes. Pero la ilustración de vulgarización también debe permitir al lector la identificación con lejanos ancestros, actores de la Historia. El ilustrador deberá dar testimonio de un verdadero talento de creador y escenógrafo para mostrar, con los recursos de los que dispone, el dibujo y el color, reconstituciones a partir de huellas arqueológicas a veces ínfimas. La arqueología experimental permite al autor y al ilustrador que comprendan y describan mejor los gestos y el entorno de los hombres a los que han de hacer vivir ante los ojos del lector. La obra de divulgación debe familiarizar a nuestros contemporáneos con toda la riqueza y la fragilidad de la excepcional aventura del primate ilustrado que hemos llegado a ser.
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