La cultura global está asociada a una modificación visceral del consumo, que a la vez que incluye, excluye. Son miles de millones las personas que están alejadas de las posibilidades de acceso a un libro, a los salones de una escuela o al disfrute de una película. Y paradójicamente, el aumento desmesurado de la oferta simbólica no ha significado necesariamente mayor pluralismo, más diversidad.
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