Cervantes, quien pasó cinco años en Italia, habría comprendido el término ¿grotesco¿ en su primer significado, o sea, el de los extraños diseños descubiertos en el palacio dorado de Nerón, cuyas salas deslumbraron a los viajeros y artistas que se atrevían a penetrar ciertos huecos en la tierra (el ¿grotto¿ o cueva) para llegar al enterrado palacio. Siguiendo el estilo de Arcimboldo, Raphael, Giovanni da Udine, Bartolomeo Carducho y Giovanni Ambrogio Brambilla, el Quijote de 1615 nos conduce por un mundo nocturno y onírico, cundido de fantasías eróticas, de transformaciones sorprendentes y de visiones anormales. No se trata aquí de representar un Rafael armónico y luminoso, sino de entretejer la visión típica del clasicismo renacentista con un humor pasmado de pesadillas, donde aparecen mujeres bestiales, narices terribles que atemorizan a Sancho con sus verrugas, corazones preservados con sal y cuentas del tamaño de un huevo de avestruz. Este mundo grotesco es una región reversible, en la cual La primavera de Botticelli puede convertirse en un encantado mundo de labradoras y borricos, y el mundo vegetal de Arcimboldo confluye en el ser humano.
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