La investigación experimental cada vez va descubriendo más facetas de la competencia de los niños y niñas. La ciencia también nos enseña que todo acto querido y ejecutado activamente por el sujeto tiene para éste unas consecuencias inmediatas y a largo plazo mucho más enriquecedoras que las de los actos impuestos o soportados. Sin embargo, en nuestro hábito cultural, estos descubrimientos todavía no tienen cabida: la imagen del recién nacido es obstinadamente fija. Aún se le considera como a alguien a quien debemos enseñarle todo, o, al menos, alguien a quien hemos de hacer ejercitar sus capacidades del modo como nosotros juzguemos importante para su desarrollo. Al mismo tiempo, no damos la suficiente importancia a sus actividades ni a sus descubrimientos autónomos.
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