Potenciar la experiencia sensible de lo real implica diseñar caminos en el comportamiento del niño que le llevarán al hombre íntegro que duerme en él y donde la cualidad de las memorias voluntaria e involuntaria, necesarias, sin duda, tienen otra función más valiosa y trascendente que la meramente acumulativa: la de reconducir en valores morales la experiencia personal dentro del grupo social, la de armonizar creadoramente la relación con el medio. Una educación que vertebre con eficacia estas expectativas, cuyos resultados intachables han sido ya más que verificados históricamente, apunta antes que a ninguna otra diana al centro de la sensibilidad, que nunca podrá orientarse exitosamente si, al hacerlo, abortamos su sentido multidimensional. Aquí es donde interviene como elemento reconductor la experiencia artística
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