Desde un escepticismo de fondo, Montaigne tiene duras palabras para la vanidad y el orgullo humano, que nos hacen creer estar en posesión de la verdad y nos conducen hacia la intolerancia y el fanatismo. Frente a esta actitud, su esfuerzo está en construir, a su medida, una sabiduría empírica defensiva también contra el nihilismo. Como punto de partida acepta la esencial finitud. La causa de la infelicidad está en un mal uso de la libertad, pues para la libertad la sabiduría es aceptar el jugo del límite. Por eso, su propuesta es, en definitiva, la de educar en una voluntad liberadora, con las consecuencias individuales, sociales y políticas que conlleva
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