La permanencia física en el puesto de trabajo no basta para justificar la confianza y el sueldo. Reducir la idea del absentismo presencial al uso irresponsable de las nuevas tecnologías limita el problema pero no lo erradica. Hábitos más o menos arraigados como la lectura diaria del periódico, los cafés de subsistencia o, más recientemente, la escapada a la sala de fumadores son una muestra más de esa "presencia ausente" tan temida como extendida. Para hacerle frente hay que trabajar el compromiso. ¿Cómo? Admitiendo que las personas cambian voluntariamente cuando salen ganado con el cambio.
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