Dejando atrás el ideal nacionalista de la Modernidad y su "postmoderna" desconstrucción, hace falta reconsiderar la necesidad y la contingencia, así como las limitaciones y virtudes, de la Nación moderna. La vocación nacional, unificante, está en inevitable conflicto con los particularismos culturales y la segregación étnica de subcomunidades. Hasta cierto punto crítico, conflictos y diferencias enriquecen la vida de una comunidad nacional, pero más allá de él no son manejables, ni siquiera en la sociedad democrática tolerante, y, obviamente, tienden a ser destructivos. La integración de todos los habitantes del territorio en una cultura nacional óptimamente mínima es un bien social demostrable. Su realización suscita profundos dilemas morales. Pero, para empezar a resolverlos, hay que pensar bien en qué ha de consistir esta integración. A menudo se falsifica hoy el sentido de la transculturación hacia la cultura occidental moderna porque se tiene de ésta un concepto inadecuado. Sin claras nociones de las realidades y metas implicadas no puede darse, ante diversidades étnicas, una política razonable.
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