Educar para la ciudadanía democrática parece ser la meta de las sociedades pluralistas, pero no para cualquier forma de organización democrática, sino la que entienda que el ejercicio de la autonomía personal y la formación dialógica de la voluntad son indispensables. Para alcanzar tal meta parece necesario cultivar el capital humano (destrezas técnicas y conocimientos), el capital social (habilidades sociales) y la prudencia para desarrollar una vida buena. Pero no sólo eso, también un sentido de la justicia, ejercido en el marco del mutuo reconocimiento, en el marco de un diálogo no sólo lógico, sino también sentiente. Desgranar estos puntos es el objetivo del artículo.
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