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Resumen de Yo también fui codiciosa

Diane L. Coutu

  • Los estadounidenses están indignados con la codicia de los analistas de Wall Street, los empresarios puntocom y, sobre todo, de los CEO. ¿Cómo pudo Dennis Kozlowski, de Tyco, usar un millón de dólares de la empresa para celebrar una fi esta de cumpleaños de su mujer en una isla italiana? ¿Cómo pudo Ken Lay, de Enron vender miles de acciones de su empresa ¿sobrevalorizada¿ justo antes que colapsaran, dejando a los empleados sin nada? Incluso hay sospechas de que el ama de casa más famosa de Estados Unidos, Martha Stewart, metió la mano en bolsillos ajenos.

    Hasta cierto punto nuestra indignación puede estar justifi cada, escribe la editora sénior de HBR, Diane Coutu. Pero no hay que olvidar que hace pocos años estas mismas personas eran celebradas como héroes. La mayoría de los estadounidenses quería, de hecho, imitarlos y compartir su suerte.

    Dedicaron una enorme cantidad de su tiempo hablando y pensando en rentabilidad de dos dígitos, de oferta pública inicial (en inglés, Initial Public Offerings o IPO), day trading y opciones de acciones. Se podría argumentar con facilidad que la indulgencia pública con la lujuria corporativa dio origen a la confusión de hoy.

    Es hora de mirar de frente a la codicia, tanto en general como en su versión estadounidense, dice Coutu. Si el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, acertó cuando dijo ante el Congreso que una ¿codicia infecciosa¿ contaminaba los negocios en Estados Unidos, entonces tenemos que entender sus causas¿ y cómo contribuyó el norteamericano promedio a ello. ¿Por qué tantos de nosotros caímos en la codicia? Con esa fe profunda y casi automática en el libre mercado, ¿seremos los norteamericanos más codiciosos que otros pueblos? Y cuando miramos las ruinas de la década de los 90, ¿podemos estar seguros de que no volverá a pasar?


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