La Revolución Cubana no tardó en descubrir que una de las claves fundamentales para su propia supervivencia, que estaba ligada, asimismo, a su ideario de insurrección continental era la expansión de su mensaje en la propia zona del Caribe y, en concreto, la necesidad de exportar sus prácticas insurgentes hacia aquellos territorios que, como la República Dominicana, estaban deseando liberarse del yugo de los últimos dictadores de América, entre los que alcanzaba la cúspide de la impopularidad Rafael Leónidas Trujillo Molina. La posición exterior de España, en tales circunstancias, no dejaba de ser peculiar. En el contexto general de su política hacia América Latina que ansiaba mantener los vínculos diplomáticos, al margen de contigencias más o menos coyunturales, Madrid hizo todo lo posible por entenderse tanto con la República Dominicana del dictador Trujillo como con la Cuba revolucionaria del rebelde Castro
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