La ciudadanía activa y la Educación para la ciudadanía se han convertido en categorías centrales de la ética política contemporánea. ¿Qué papel desempeñan las tradiciones ilustradas y las tradiciones religiosas en los programas de educación para la ciudadanía? ¿Podemos prescindir de una pluralidad de fuentes morales y limitar esta educación a sus fuentes seculares e ilustradas? ¿Qué consecuencias tiene esta restricción de la pluralidad y el pluralismo de fuentes en la deliberación democrática en general y en los espacios públicos educativos en particular? En este artículo el autor quiere responder a estas preguntas exponiendo dos tesis: la urgencia y necesidad de no restringir o limitar las fuentes, y la atención al cambio que se está produciendo en la filosofía política cuando se aproxima a una laicidad democrática y se aleja de una laicidad de combate
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