Desde la Ley de la Ciencia han pasado veinte años y pocas son las cosas que aguantan sin que su grado de obsolescencia no se haga demasiado obvio. Muchos dirán, que seguimos con la escasez de recursos, la indiferencia social hacia la innovación y la ciencia, la indolencia ante la endogamia o la falta de buenos gestores. Sin embargo los contextos de entonces y ahora son tan distintos que deben modificarse las respuestas, así como la formulación misma de los problemas
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