El autor empieza contraponiendo dos interpretaciones de Andalucía: lo que denomina interpretación cultural y socio-económica. Esta contraposición puede considerarse como una manifestación de la oposición entre una mentalidad aristocrática y conservadora y una mentalidad moderna y progresiva. Para la primera, la mentalidad andaluza es extraña al desarrollo y el cambio no es ni deseable ni previsible. Para la segunda, el cambio es necesario e inevitable. El autor ofrece su opinión sobre por qué en el siglo XIX la clase dirigente andaluza no se incorporó a la corriente industrializadora. Pero el futuro de Andalucía no es el inmovilismo conservador ni la revolución agraria. Andalucía tiene ahora la posibilidad de industrializarse y esta vez la posibilidad se aprovechará ampliamente. Con la industrialización cambiarán sensiblemente tanto la estructura social como las formas de vida y, en definitiva, el propio carácter andaluz.
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