El artículo reconstruye la difusión de un culto a la pequeña patria y al regionalismo en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, trazando sus antecedentes en el siglo XIX, interpretándolo no como un sentido innato de identidad local, sino como construcciones sociales, inherentes, por un lado, a la dinámica del propio proceso de construcción nacional en marcha desde la Unificación, y, por otro, a la acción de grupos intelectuales periféricos. El fascismo rechazó toda reivindicación de autonomía y reforzó el centralismo en sentido autoritario. Pero al mismo tiempo se mostró abierto a acoger los temas de la tradición cultural favorable al localismo y -en menor medida- al regionalismo, viendo en la pequeña patria una suerte de puente hacia la nación y la posible matriz de una cultura italiana renovada, y adoptando sus aspectos ideológicos más conservadores. Un vehículo para ello fue el culto al folclore
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