Los usos del territorio y su relación con la ciudad dependen del modo de producción dominante. Éste, entendido, no desde el reduccionismo marxista, sino como las eras tecnosociales propuestas por Geddes -a través de Mumford-, es un complejo que incluye las relaciones y medios de producción, pero también ciertas construcciones mentales y estilos de relación con la Naturaleza, entendida en su sentido amplio. En cuanto a la planificación urbanística, desde que existe, ni ha hecho nunca ni podrá hacer nunca otra cosa que prestar coherencia técnica e ideológica a dichos procesos.
Desde antes del Neolítico, el territorio, como Naturaleza, se constituyó en una terra ignota que, además de ofrecer recursos, sustentaba pavores. La Revolución Industrial, por su parte, permitió descubrir, conquistar y dominar aquel mundo mágico que se extendía más allá de los caminos y los campos, incorporándolo al metabolismo de la ciudad. Sin embargo, la nueva Sociedad de la Información supone la conversión del territorio, de la Naturaleza, en un espacio multifuncional, tan complejo como las propias sociedades humanas, y llega a plantearse incluso la consecución de lo que constituyó un sueño eterno: el jardín del Edén.
En las tres últimas décadas, en el conjunto de los países desarrollados y, por supuesto, en España, hemos vivido el cenit en la conformación del tipo de relaciones con el territorio que ha caracterizado a la sociedad industrial. Sin embargo, preocupados por los efectos -casi siempre negativos- consiguientes, hemos prestado escasa atención a los cambios que se vienen operando, y que van definiendo la nueva relación que ha de caracterizar a la sociedad de la información en la que nos adentramos. Para que la planificación urbanística, como instrumento legitimador y de cohesión social, pueda incorporar esas nuevas relaciones, es condición previa necesaria que seamos capaces de analizarlos.
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