Las sociedades modernas se caracterizan por su complejidad. Desde el punto de vista de la teoría de sistemas eso significa que siempre hay una pluralidad de perspectivas desde las que pueden ser observadas y también significa que el observador es, a la vez, objeto de la observación de otro. En estas condiciones no es posible encontrar una unidad de pertenencia, una identidad aislable que pueda ser concebida como un "nosotros". Se produce un intercambio entre lo familiar y lo extraño. Si antaño, lo extraño era lo no familiar ahora la diferencia se hace progresivamente más relativa. En el orden constitucional de la convivencia democrática siempre queda un "nosotros" paradójico que se reproduce y se transforma de modo incesante. Por eso lo político no puede ser monopolizado por las realidades institucionales, por la organización de la sociedad y por un estado ritual. "Lo político es más bien el lugar en el que una sociedad actúa sobre sí misma y renueva las formas de su espacio público común". Por eso, la identidad de lo común no es de carácter cronológico. La "sociedad", en el sentido que esta expresión adquiere en Tönnies, no ha surgido de la pérdida de una previa "comunidad", lo cual no significa que el pueblo no exista en absoluto, sino que es una magnitud inestable, una realidad abierta y mutable.
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