La sociedad actual asiste hoy a una nueva proliferación de lo religioso que ha echado por tierra las predicciones acerca del final de la religión. La pregunta por Dios permanece, al menos como la última instancia a la que apelar ante el fin de las grandes utopías. Un caso paradigmático de esta actitud se encuentra en Horkheimer, que desde sus coordenadas concretas, concede la palabra a la religión para hablar ante la llegada de la sociedad administrada. Las tradiciones religiosas pueden llamar la atención acerca de los excesos y las carencias de una sociedad funcionalista e instrumental que ha obviado la búsqueda de sentido del ser humano y ha mutilado su ser comunitario, su compasión, su esperanza y su ilusión. El presente artículo presenta la valoración de la religión que hacía Horkheimer en su última etapa, lugar donde este autor encontraba el posible sentido trascendente para toda la historia humana y sus víctimas.
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