La economía española ha encontrado en el boom inmobiliario su principal impulsor de crecimiento, mediante el aumento astronómico del precio de la vivienda. El esfuerzo para crecer lo están asumiendo las familias, no las empresas o el Estado que, por el contrario, sanea año tras año su posición financiera. Los principales beneficiarios del reparto del crecimiento han sido los empresarios de la construcción, inmobiliarias, promotores y propietarios del suelo, que nunca antes habían ganado tanto en tan poco tiempo. Por contra, la remuneración de los asalariados ha ido perdiendo peso en el reparto de la renta nacional, al tiempo que el empleo que se genera es poco productivo y muy vulnerable al cambio de ciclo
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