Una lectura implícita acepta como un hecho que Estados Unidos es un país conservador, refractario a toda revolución popular, un monolito imperial, capitalista, construido por su clase exitosa es decir, por su clase alta, de arriba hacia abajo. Veremos el tamaño de esta falacia.
Si releemos la historia, encontraremos que la Revolución americana fue una revolución antiimperialista e igualitaria. Los primeros colonizadores norteamericanos no estaban libres de ambiciones materiales ni despreciaron la expoliación de los indios nativos. Sin embargo eran desheredados que huían de las opresiones y los absolutismos religiosos y de Estado de las sociedades que se resistían al cambio.
No se puede decir que Estados Unidos surgió como un país capitalista mientras que América latina sufrió la maldición de una ideología socialista o algo por el estilo. El rápido desarrollo de Estados Unidos no estaba basado en el liberalismo económico ni en la especulación capitalista sino en la mayor igualdad de sus ciudadanos que se expresaba como ideología en su fundación y como política en unas instituciones más democráticas.
El resultado puede ser paradójico, pero no podemos negar que el motor inicial fueron esos valores que hoy se desprecian o se atribuyen al fracaso de otras naciones: la liberación del pueblo a través de una revolución antidespótica, el igualitarismo en su ideología, en su práctica de talleres, desde su economía fundacional hasta las más recientes revoluciones técnicas. Todos valores coherentes con la ola humanística iniciada siglos atrás como el nacimiento de una nueva religión republicana.
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