Necesitamos una nueva ciencia del hombre y la necesitamos con urgencia. Debemos volver a dirigir nuestra mirada hacía la constitución moral del hombre, tal como se corporiza o prefigura en los niños. Sería tristemente gratuito deducir que los fracasos de los modos adultos de vida se deben a las imperfecciones de los niños. Una sana herencia disminuye sobremanera estas imperfecciones v una educación inteligente impone control a las otras. El encanto y la bondad intrínseca de la niñez constituyen aun la mejor garantía de la ulterior perfectibilidad de la humanidad.
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