Dos años después del fracaso de los referendos francés y holandés sobre la Constitución Europea, las consecuencias políticas del rechazo de ésta, fácilmente previsibles, se han confirmado. Por no haber cambiado las reglas de funcionamiento de la Unión para adaptarlas a la duplicación de su número de miembros, comprobamos, mes tras mes, semana tras semana, cómo la acción exclusivamente nacional es ineficaz en muchos ámbitos, y cómo Europa está paralizada allí donde más la necesitamos. No hay más tiempo que perder. Ahora que los holandeses y después los franceses han cambiado a sus dirigentes, ya nada impide que se tomen las iniciativas políticas que Europa necesita para reemprender la marcha.
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