Desde la presentación en febrero del Plan Ahtisaari para Kosovo, el rechazo mostrado por Moscú no ha hecho sino aumentar, al igual que el de Belgrado. Rusia se sintió frustrada y humillada por el bombardeo de Yugoslavia que llevó a cabo la OTAN en 1999 y por su posterior pérdida de influencia en los Balcanes. Ahora el Kremlin se ha visto justificado. Kosovo puede llegar a convertirse en un ¿conflicto congelado¿, sin una lucha abierta pero sin que pueda alcanzarse una solución política aceptable para todas las partes. La mayoría de los serbios aprecian el apoyo de Rusia; la cohesión occidental se ha visto dañada, mientras que el poder de veto de Rusia en la ONU y su posición a nivel internacional se han visto reforzados. Sin necesidad de comprometer tropas ni invertir dinero, Rusia ha obtenido muchos beneficios de poner trabas a Occidente, y no parecen existir motivos para dar marcha atrás en su posición. Los dos principales objetivos de la Presidencia de Vladimir Putin han sido reforzar el Estado ruso y debilitar el separatismo regional, y el "precedente kosovar" resultaría muy peligroso para ambos.
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