Las relaciones diplomáticas hispario-helénicas, desde su establecimiento en 1834, aparecen presididas por un signo casi anodino. Nada importante sucede entre ambos países. No es éste el caso tras la Revolución de 1868, en que las relaciones hispano-helénicas presentan un momento muy interesante en la vida de las dos naciones. Coinciden con un período en el que los dos países, salidos de sendos destronamientos -en Grecia, Otón I, y en España, Isabel II-, van a vivir similares experiencias progresistas, terminando con el reconocimiento mutuo entre ambas potencias y el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 1869.
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