La imaginación es una facultad poco estudiada y escasamente valorada por los filósofos. Frente al papel esclarecedor y definidor de la razón y a la colaboración más o menos valiosa del conocimiento sensible, la imaginación ha sido generalmente considerada como una facultad «irracional», cuyo ámbito de actuación se limitaba a lo incontrolable, a lo caótico. Lo imaginario ha sido, a lo largo de la historia de la filosofía o historia de la razón, algo carente de consistencia ontológica en tanto que indeterminado, indefinible y, por ello, reducido al plano de lo que debe quedar oculto.
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