La imagen del traductor como �traidor� no sólo es harto conocida, sino que resulta ser una de las instancias más reprochables dentro de las prácticas de mediación cultural. Sin embargo, en �La casa de Asterión�, Jorge Luis Borges se apropia de ella para convertirla en la matriz constructiva de la ficción. La modificación -pocas veces advertida- en la traducción del texto griego de Apolodoro, que figura como epígrafe, es el punto de partida para la reinserción y recreación de un mito griego en nuestra cultura moderna. A su vez, este procedimiento se encuentra en el marco de otros mecanismos de traducción y reescritura que funcionan como nexos legítimos y modélicos entre dos espacios culturales, simbólicos y literarios diferentes. Tales mecanismos constituyen una parte ineludible de la poética borgeana, y se articulan sobre dos presupuestos: que la literalidad de la traducción no es de por sí una condición sine qua non en el ámbito de la comunicación literaria, y que toda la literatura es, en definitiva, una reescritura. De esta manera, Borges abre un abanico de relaciones transtextuales que se pueden entender, en última instancia, en tanto modos de traducción y de manipulación semiótica.
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