Hoy por hoy, la Sonata en si menor es reconocida universalmente como una obra maestra y un hito de la música para piano del Romanticismo y, en general, de la música del siglo XIX. Dos son los pilares en los que se sustenta su genialidad: en primer lugar, la riqueza de sus temas, de intensos contrastes, potenciada por el atrevido uso de la técnica de la metamorfosis temática, que también funciona como principio de unidad; en segundo lugar, es la primera obra que desarrolla una estructura de doble función basada en la forma sonata, es decir, que despliega, sin interrupción y a la vez, la estructura del primer movimiento de sonata y sobre ella la forma de la sonata en varios movimientos. No obstante, durante varias décadas, la incomprensión y la ignorancia de la crítica y de gran parte del público hicieron que la obra pasara desapercibida hasta que, ya en el siglo XX, se fue incorporando de manera cada vez más general al repertorio pianístico. El artículo lleva a cabo un análisis somero de la obra, considera cuáles deberían ser las condiciones del intérprete ideal y, finalmente, hace un repaso de la historia de su difícil recepción.
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