La experiencia de Occidente con Vladimir Putin ha sido decepcionante: mejor que cortejar al dirigente ruso, EE UU y la UE podrían haber diseñado un contexto geopolítico convincente para Moscú. La decisión de hacer a Putin miembro del G-8 fue un fracaso en el objetivo de convertirle en un demócrata. Hoy Rusia se muestra intratable. Pese a los alardes nacionalistas de la potencia energética, el Kremlin no tiene una visión para el futuro de un país que desarrolla 20 veces menos tecnología innovadora que China.
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