De entre las diversas acusaciones formuladas contra los jesuitas acerca de su labor misional en Extremo Oriente, la de desobedecer los decretos pontificios que prohibían los ritos chinos y malabares fue la más importante. Los detractores de la Compañía insistieron especialmente en este cargo, pues constituía un quebramiento de su juramento de someterse totalmente a las disposiciones del pontífice, es decir, el cuarto voto. Los jesuitas se defendieron con energía de estas acusaciones, recurriendo a argumentos de considerable verosimilitud, pero sin poder eludir la evidencia de su rebeldía. La cuestión se reducía a que ambas partes sostenían concepciones antropológicas enfrentadas.
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