Las más antiguas grabaciones de violinistas ilustres, especialmente las de Joachim y Sarasate, nos permiten comprobar que en su época, finales del siglo diecinueve, el uso del «vibrato» era muy limitado. Su aplicación musical para subrayar una nota ocasionalmente coincidía con la opinión de tratadistas como Spohr y de Bériot, que consideraban cualquier otro uso de mal gusto. Pocas décadas más tarde se había generalizado por violinistas como Kreisler o Heifetz el «vibrato» intenso y continuo que más tarde fue considerado la manera normal de ejecutar al violín. Frente a explicaciones de este fenómeno que apuntan a cambios en los ideales artísticos o a razones materiales como la generalización de las cuerdas metálicas, el autor argumenta que la nueva técnica fue adoptada para responder a las exigencias de la grabación fonográfica: tanto para evitar los defectos de los equipos primitivos de grabación como para disimular una afinación deficiente o realzar la personalidad del ejecutante ausente de la visión del público.
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