La irrupción de China en el continente africano como un actor económico y político de primer nivel está generando una viva controversia internacional. Se teme que el pragmatismo desprovisto de sensibilidad social y ambiental que ha caracterizado su vertiginoso proceso de desarrollo en las tres últimas décadas pudiera ahora extender también sus sombras al continente africano, desperdiciando una nueva oportunidad para que este pueda afrontar sus carencias más estructurales
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