La democracia turca ha estado tradicionalmente custodiada por las Fuerzas Armadas. En consecuencia, la seguridad y defensa del Estado se han convertido en una obsesión que ha castrado cualquier intento por maximizar los valores de tolerancia y libertad en el país euroasiático. Paralelamente, su política exterior ha girado del aislamiento y el sometimiento a Occidente durante el siglo XX, a una diplomacia entre conciliadora y coercitiva con la que pretende reconquistar el protagonismo regional del que gozaba el Imperio Otomano.
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