A lo largo del s. VI a. C., los primeros investigadores jonios de la naturaleza escogieron como medio de expresión un procedimiento hasta entonces prácticamente inexplorado: la escritura en prosa. Esta tecnología se había probado antes sólo en el terreno de la legislación escrita de las ciudades, que recurría a enormes inscripciones en piedra para dar publicidad a las leyes y normativas de la comunidad. Esta publicidad servía además para sancionar con la firmeza de lo perdurable la autoridad cívica de la que emanaba una ley de obligado cumplimiento. En este trabajo, intentamos mostrar que los modos de producción y publicación de las leyes sirvieron en cierta medida a los primeros filósofos como modelos de referencia para la publicación de sus propios tratados en prosa (s????af?). Esa publicación existió sin duda, pero no fue exigida principalmente por una demanda lectora, sino que perseguía revestir el mensaje encerrado en el rollo de papiro con la autoridad asociada a la promulgación escrita de las leyes. Se trataba, pues, de un gesto simbólico de mediación entre el filósofo y la ciudad: al equiparar su obra a la ley de la ciudad, aquél reivindicaba la fuerza normativa y universal del cosmos descrito en el tratado en prosa, que enunciaba leyes válidas para todos los hombres y en todas partes. En este trabajo, exploraremos esta hipótesis estudiando el trasfondo sociopolítico que se perfila tras la publicación de los tratados de Anaximandro, Anaxímenes y, sobre todo, Heráclito. La ofrenda del libro de Heráclito al templo de Ártemis en Éfeso puede ser interpretada desde esta nueva perspectiva.
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