En realidad, la civilización en la que estamos no es otra cosa que la herencia de la cultura de la gente del campo, una cultura que comenzó hace más de once milenios. Cuando un hombre tomó por primera vez un puñado de semillas y las sembró, se puso la primera piedra de un alfar del cual, hasta hace muy poco �en algunos países todavía� ha ido saliendo lo que somos, lo que tenemos e incluso lo que deseamos ser. Por ello, cuando los hombres de hoy queremos huronear por nuestros orígenes, no tenemos más remedio que volver a ese alfar donde están nuestras raíces, y contemplar cómo eran y cómo vivían aquella gente del campo cuya alma está escondida en el fondo de la nuestra, y que de vez en cuando, aunque nosotros pensamos que está muerta, nos aflora en un montón de atavismos.
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