En el año 45 Cicerón tiene que soportar la pérdida de su hija Tulia. Es el golpe más duro de la vida del ya anciano senador. Decide perpetuar su memoria y proyecta la erección de un monumento. Se afana a ello. Pero finalmente, el paso del tiempo, junto a su poderosa y pragmática visión de la vida, se impone a su sentimiento inicial. La idea del santuario da paso a la búsqueda de una propiedad en la que pasar el resto de sus días.
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