Hay dos principios que han hecho fortuna en los estudios sobre historia del libro y la lectura. El primero sostiene que la costumbre de la lectura en voz alta, sea por los altos índices de analfabetismo, sea por el placer de oír leer, determina que los autores compongan los textos adecuándolos a esta recepción oral. En este artículo se pretende demostrar que los indicios de oralidad que hay en los textos responden a la formación retórica de los autores. Hasta el siglo XIX la letra escrita se rige por la preceptiva de la palabra retórica, que apunta al oído y no a los ojos. El segundo principio sostiene que el lector subvierte el mensaje, reinterpreta el texto en diferente dirección a la del autor. Aquí argumento en contra de que el texto sea obra abierta, pues la retórica, por ser una técnica persuasiva que busca la eficacia comunicativa, tiene como finalidad el que tal cosa no suceda o, al menos, limitarla
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