Durante la mayor parte del Cenozoico, el paisaje de los territorios galaicos ha estado determinado por el encadenamiento de una serie de oscilaciones climáticas, que ocasionaron importantes variaciones en las condiciones de humedad y de temperatura. Los sucesivos ciclos climáticos causaron la extinción o la desaparición regional de un importante contingente de la flora terciaria, desencadenando además una redistribución regional de la vegetación en cinturas y pisoss. A su vez, la flora y la vegetación pleistocenas experimentaron nuevas modificaciones como consecuencia de los ciclos glaciar-interglaciar del Cuaternario, de modo que no afquirieron su configuración moderna hasta hace menos de 10000 años. Durante el Paleolítico y el Mesolítico, la influencia humana sobre la conformación general del paisaje no resultó determinante, ya que las perturbaciones de cierta relevancia solo cabe atribuirles un ámbito local, restringido al entorno más próximo a los asentamientos. Pero a partir de la adopción de la agricultura durante el Neolítico, los procesos deforestadores se generalizaron por todo el territorio, desembocando en una sustitución de gran parte de la vegetación natural por matorrales dominados por brezales, junto con comunidades segetales y más recientemente, repoblaciones de pinos y eucaliptos
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