Es probable que Mishima no entendiese hoy a Japón. Que no reconociese a sus ciudadanos laboriosos que soportan duras vidas de trabajo, con horarios interminables y trayectos de tren diarios de noventa minutos. Su Japón era otro, el del honor y el Imperio, y su ya evidente imposibilidad fue lo que le condujo a la muerte.
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