Como en una novela de Rafael Reig, el madrileño Paseo de la Castellana es casi un brazo de mar. Junto al Museo del Prado hay un malecón con embarcadero. Desembarcadero ahora, puesto que allí bajo, porque allí me espera nuestro hombre. Alto, incluso muy alto para mí; fuerte, y de intensa mirada casi oscura. El ha llegado nadando de no sé dónde... Nos rodea una niebla espesa y tenebrosa.
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