La inamovilidad del sistema de transporte terrestre es una de las señales más características del atraso económico. Quizá sea por eso que los economistas españoles del siglo XIX hayan concentrado buena parte de sus esfuerzos en quebrarla, principalmente con el trazado del ferrocarril. Sin embargo, su transformación definitiva no se produce, como era de esperar, hasta que quiebran las condiciones estructurales del mismo atraso, ya en la segunda mitad del siglo XX, en el marco del despegue industrial de España y mediante un nuevo medio de transporte: el automóvil.
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