Si alumnos y profesores fueran emocionalmente competentes, las aulas serían espacios seguros, de convivencia exquisita y aprendizaje constante. De las tres aristas sobre las que descansa la efectividad docente y discente, querer, saber y poder, la clave está en la actitud con que se afrontan los seguros retos que cada día plantea la clase, por lo que es indispensable reflexionar sobre la propia actitud, incidiendo fundamentalmente en la detección de nuestras potencialidades y disfunciones o en las competencias a entrenar con el fin de mejorar la capacidad de gestión del aula.
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