El ensayo consta de tres partes: en la primera, se establece una breve genealogía de la afinidad entre el nacimiento de la Filosofía de la historia y la noción de Progreso. En la segunda, se extraen algunas consecuencias políticas del hecho de que la idea de Progreso se tradujera como pura aceleración del tiempo histórico. Finalmente, se problematiza la idea de la muerte del Tiempo en tanto efecto postmoderno de la aceleración del Progreso. Y se realiza una crítica a las prácticas políticas que, tras la postmodernidad, volvieron a destacar las relaciones entre experiencia histórica y eficacia racional, sustituyendo los ideales emancipatorios ilustrados por meros ideales securitarios. Volviendo a poner sobre la mesa la idea de Futuro tan sólo como amenaza que hay que controlar.
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