Hannah Arendt identifica el fin de la modernidad con el surgimiento de los sistemas totalitarios. Estos representan el fracaso de un estilo de vida peligroso, el del animal laborans, en el que cristaliza la modernidad y que conduce a la ruina del espacio público. El totalitarismo es una consecuencia de la pérdida de sentido que fermentó en el olvido de la acción política que se gestó en el tránsito del siglo XVII al XIX, con la restauración de un pensar metafísico interesado en sacrificar la debilidad del sentido que nace de la acción a una interpretación de la Historia como una totalidad bien edificada por la Razón.
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