Cualquier intento de reconstruir la religión de las sociedades prehistóricas supone internarnos en un terreno deslizante y sembrado de obstáculos, como señala acertadamente A. Leroi-Gourhan1. A las enormes dificultades que plantea el abordar hechos espirituales por medio de las técnicas arqueológicas se le une, salvo en el caso de unos pocos grupos protohistóricos, la absoluta inexistencia de nexos culturales entre nosotros y las comunidades que tratamos de estudiar.
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