La educación infantil está enfrentada a una situación ambigua en los últimos años. Por una parte, viene experimentando un crecimiento sostenido desde mediados de los años noventa, que ha culminado con la universalización del acceso al segundo ciclo. Por otra parte, el primer ciclo no acaba de expandirse al ritmo que la sociedad demanda, ni lo hace cumpliendo los requisitos que muchos educadores y especialistas reclaman. Aunque el discurso político insiste reiteradamente en la importante contribución que la educación infantil debe hacer al desarrollo y a la formación de los más jóvenes, esa declaración no siempre se acompaña de los medios necesarios para asegurar una oferta educativa de calidad.
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