Durante cerca de ocho siglos partes más o menos amplias de la península Ibérica estuvieron ocupadas por musulmanes que en principio sucedieron y sustituyeron la estructura política derivada de los visigodos e hispano-romanos. Poco después de la ocupación el territorio peninsular -Al Andalús, como así se llamaba en árabe-, poseía una cierta unidad política aglutinada en torno a Córdoba, que se convirtió en la capital del califato independiente, bajo el control de la familia Omeya, así como en un centro cultural de primera magnitud, con bibliotecas copiosas, escuelas de traducción y adaptación de textos- en las que se traducían autores greco-romanos y se introducían tratados de todas las materia procedentes de Oriente- y abundantes estructuras para el estudio de las ciencias y las letras
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