Las reformas urbanas emprendidas en el siglo XVIII han sido atribuidas generalmente al espíritu ilustrado del Estado y al afán renovador de la monarquía durante los Borbones. En la revisión que aquí se presenta se sostiene que las reformas no fueron procuradas por la Corona sino por los virreyes y que de hecho fueron contrarias a los intereses imperiales, como ocurre en la ciudad de México. Para lograr sus fines, los funcionarios, guiados por el afán de embellecer la urbe a imitación de las cortes europeas, tuvieron que idear todo tipo de argucias para no enterar, enterar a medias, y aun confundir a las autoridades peninsulares de lo que llevaban a efecto en la capital virreinal
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