Cuando vamos a A Coruña a visitar los Museos Científicos Coruñeses, uno tiene la sensación de que "los Hados" se han conjurado para que este proyecto sea atemporal y comprende que, de alguna forma, esté asombrosamente predestinado. No puede ser de otra manera. Es como si sus edificios siempre hubieran estado allí cumpliendo esa función. Parece que el mar nació ya con su acuario Finisterre para poder comunicarse con nosotros; que Domus surgió como fruto de la erosión del viento Isozaki en la cantera que lo alberga para poder comprender al hombre, como Miguel Ángel esculpió su David; que la casa de las Ciencias fuera un pequeño Faro de Alejandría iluminando el camino de la Ciencia. Todos sus contenidos y exposiciones aparecen como si siempre hubieran estado allí. Es como si Einstein hubiera querido que se enseñase su teoría de la relatividad en A Coruña.
Pero eso sólo "parece". En realidad es el fruto del arduo trabajo desarrollado por muchas personas lideradas por Ramón Núñez.
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